(En una carta que pidió que se leyera en todas las parroquias de la Arquidiócesis de Los Ángeles, los días 15 y 16 de junio, el arzobispo Gomez exhortó a los católicos a oponerse al Proyecto de Ley 360 del Senado de California, que negaría el derecho a las confesiones confidenciales tanto para los sacerdotes, como para decenas de miles de católicos que trabajan con sacerdotes en parroquias y en otras organizaciones y ministerios de la Iglesia. Publicamos su carta a continuación).

Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo:

En esta solemnidad de la Santísima Trinidad, les escribo acerca de un asunto importante.

La legislatura de California está considerando un proyecto de ley que eliminaría el derecho completo a la confesión tanto para los sacerdotes como para todos los que trabajan con sacerdotes en parroquias y organizaciones de la Iglesia a todo lo largo y ancho del estado.

Nuestros legisladores tienen buenas intenciones puesto que quieren prevenir el abuso infantil. Pero no hay evidencia de que esta legislación vaya a lograr eso. En lugar de ello, es algo que constituye una amenaza contra una práctica que es esencial para nuestra fe e identidad religiosas.

El Sacramento de la Penitencia y la Reconciliación, es decir, lo que llamamos Confesión, fue el primer don que Jes√∫s le dio al mundo después de resucitar de entre los muertos. En la primera noche de Pascua, Él sopló sobre sus apóstoles —sobre sus primeros sacerdotes—, infundiéndoles su Espíritu Santo y les concedió el asombroso poder de perdonar los pecados en su nombre.

Jes√∫s nos dio este don con el fin de que pudiéramos acudir siempre personalmente a Él, para confesar nuestros pecados y buscar su perdón y la gracia de seguir adelante en nuestro recorrido de cristianos.

En la práctica, este sacramento se lleva a cabo en el contexto de una conversación humilde y honesta que tenemos con un sacerdote, que ha sido ordenado para servir como signo e instrumento del amor misericordioso de Cristo hacia nosotros, los pecadores.

Confesamos nuestros pecados, no a un hombre sino a Dios. El sacerdote act√∫a tomando el lugar de Jes√∫s, y las palabras que él escucha en el confesionario no se le dicen a él; son palabras que se dirigen a Dios. Por este motivo, el sacerdote tiene el deber sagrado de guardar el sigilo sacramental y de no revelar nunca lo que escucha en la confesión sacramental, por ninguna razón.

Esta antigua práctica asegura que nuestras confesiones sean siempre comunicaciones íntimas con Jes√∫s solo.

Y como todos sabemos, es un gran alivio poder hablar con Jes√∫s con total libertad y completa honestidad en el confesionario. Hablamos de nuestro amor por él; expresamos nuestra tristeza por nuestros pecados y nuestra sincera intención de no cometer estos pecados nuevamente. Aceptamos la penitencia que se nos da, recibimos una orientación espiritual y un aliento para seguir adelante. Y a través del ministerio del sacerdote, Jes√∫s nos habla personalmente, con palabras que nos liberan: “Yo te absuelvo de tus pecados”.

Todo lo que rodea a esta hermosa relación está basado en la garantía divina de que lo que le decimos a Jes√∫s en este sacramento permanecerá como algo privado y confidencial.

Por eso los exhorto a escribirle hoy a sus legisladores.

No podemos permitir que el gobierno entre en nuestros confesionarios para dictar los términos de nuestra relación personal con Jes√∫s. Desafortunadamente, eso es lo que esta legislación haría.

Necesitamos su ayuda para proteger este sacramento de la Iglesia y para hacer que la confesión siga siendo algo sagrado. Y tenemos que continuar con nuestro compromiso de construir una sociedad en la que todos y cada uno de los ni√±os sean amados, protegidos y estén seguros.

Les agradezco que me ofrezcan esta oportunidad de compartir mis reflexiones con ustedes, queridos hermanos y hermanas. Tengan la seguridad de que los tengo presentes en mis oraciones diarias. Y les pido que por favor oren por mí y por mi ministerio.

Los encomiendo a ustedes y a sus familias al cuidado amoroso de María, nuestra Santísima Madre.