En las primeras horas del 11 de julio, se desencadenó un incendio en la Misión de San Gabriel Arcángel, destruyendo el techo de la iglesia, fundada hace 249 años, y causando considerables daños. Después de visitar la misión pocas horas después de que se contuvo el incendio, el Arzobispo Gomez regresó al día siguiente para celebrar la Misa. Lo que sigue es una adaptación de su homilía.
El Señor está lleno de misericordia, de amor y de ternura hacia nosotros y sabemos que Él enjugará toda lágrima de nuestros ojos, que convertirá nuestro duelo en alegría. Nosotros sabemos esto, creemos en sus promesas.
El Señor es todo misericordia, amor y ternura hacia nosotros y sabemos que limpiará cada lágrima de nuestros ojos, que convertirá nuestro duelo en alegría. Sabemos esto. Creemos en sus promesas.
Pero justo ahora, en estos momentos, nos sentimos tristes por lo que perdimos.
Dentro de esta larga temporada de enfermedad y de muerte que estamos viviendo desde la llegada del coronavirus, ésta es una prueba más, una nueva adversidad. Le pedimos al Señor que nos fortalezca y aumente nuestra fe.
Esta destrucción ocurre ahora que nos estamos preparando para celebrar el 250 aniversario de esta gran misión. Pero este fuego no cambia nada. La Misión de San Gabriel siempre será el corazón espiritual de la Iglesia de Los Ángeles, el lugar desde el cual sigue brotando el Evangelio.
Las raíces de ustedes datan de los inicios de la fe cristiana en California, antes de la fundación de los Estados Unidos. De hecho, ustedes son una de las pocas comunidades católicas de este continente que pueden atribuirse el privilegio de haber sido fundadas por un santo.
Anoche yo estaba rezándole al fundador de ustedes, San Junípero Serra, y reflexionaba sobre sus palabras y su testimonio. Él pasó todos los días por diversos sufrimientos en su servicio al Evangelio, como todos ustedes bien saben.
La primera misión que fundó, la Misión de San Diego de Alcalá, fue totalmente destruida por un incendio en 1775, y un buen amigo y compañero de misión del santo murió allí.
Y pensé, ¿qué nos diría San Junípero esta mañana? Y recordé su pequeña y hermosa oración: “Soportemos toda adversidad por amor a Ti y a la salvación de las almas. Y que, en nuestras pruebas, sepamos que Tú nos amas como a tus propios hijos”.
Somos hijos de Dios y Él nunca abandonará a ninguno de sus hijos. Nuestra esperanza nunca es en vano porque siempre está puesta en el Señor.
Jesucristo no es una figura de un pasado lejano. ¡Él está vivo! ¡Ha resucitado de entre los muertos! Y podemos percibir su poder en nuestras vidas. Él nos habla aquí y ahora, tal y como les habló a sus apóstoles a la orilla del mar, así como lo escuchamos en el Evangelio de hoy.
Entonces, no podemos ceder a esta tristeza. Tenemos que hacer de éste un momento de purificación y de renovación de nuestra misión: una renovación de la Misión de San Gabriel y una renovación de la misión que es cada una de nuestras vidas.
Y hacemos esto cuando renovamos e intensificamos nuestro amor a Jesús y nuestra devoción a su Palabra.
Todos estamos familiarizados con la “parábola del sembrador” que Jesús nos narra hoy. Él nos está hablando ahí de su propia misión: Él es el “sembrador” que sale a sembrar las semillas de su Palabra.
Su Palabra es la verdad, su Palabra es la vida y él quiere “plantar” su Palabra en la “tierra” de cada corazón humano.
Pedimos por la gracia de abrir nuestros corazones a la Palabra que Él quiere decirnos, especialmente a la Palabra que quiere dirigirnos ante este fuego devastador.
Jesús nos está llamando a un mayor amor, a no conformarnos con nada menos que con la santidad, con nada menos que con la gloria, que es nuestro destino. Más aún, nuestro Señor nos está llamando hoy a la misión.
San Junípero y los primeros misioneros franciscanos respondieron al llamado del Señor y sacrificaron todo para traer su Palabra a esta tierra.
Ahora es nuestro turno de asegurarnos de que su Palabra sea proclamada a la siguiente generación. No podemos endurecer nuestros corazones ni distraernos con las ansiedades y tentaciones del mundo.
La verdad es que Jesús nos necesita ahora, más que nunca, para ayudarlo a cumplir sus propósitos para el mundo.
Tenemos que vernos a nosotros mismos como un pueblo en misión, como discípulos que comparten la misión del Maestro. La Palabra que hemos recibido, este hermoso tesoro, es algo que estamos llamados a compartir.
Entonces, emprendamos el camino, tal y como lo hizo San Junípero, y proclamemos el amor de Dios, su misericordia, su ternura. Salgamos y proclamemos la santidad y la dignidad de toda vida humana y el hermoso proyecto de Dios para nuestras vidas y para nuestra sociedad.
San Junípero nos diría hoy: “¡Siempre Adelante!”. “Siempre adelante”, sin mirar atrás.
Pidamos su intercesión, ahora. Y dirijámonos cada día, como él lo hizo, a Nuestra Señora de Guadalupe.
Que ella nos ayude a abrir nuestros corazones para acoger a Jesús, para permitir que su Palabra habite más profundamente dentro de nosotros y para que produzca hermosos frutos en nuestras vidas.