El Papa Francisco ha declarado que octubre de 2019 será el “mes misionero extraordinario”, para conmemorar el centenario de la promulgación de la Carta apostólica “Maximum illud” del Papa Benedicto XV, sobre la misión de la Iglesia.

Desde el inicio de su pontificado, el Papa Francisco nos ha estado llamando a darnos cuenta de que nuestro bautismo cristiano hace que compartamos la misión de Jesucristo y de su Iglesia. En este mes él nos está haciendo un llamado a todos para que volvamos a dedicarnos a esa misión.

El vivir en una sociedad secular, en la cual las cosas de Dios son empujadas al margen de la vida diaria, hace que nos sea más difícil percibir la realidad de manera clara. Podemos caer en el engaño de pensar que las prioridades y preocupaciones de nuestra economía y de nuestra política, que nuestra cultura consumista y de entretenimiento son “todo lo que hay”.

Pero este mundo todavía le pertenece a Dios y todavía se mueve de acuerdo con sus propósitos. Y la misión de la Iglesia continúa, tal y como cuando Jesús se la confió a sus discípulos, y consiste en difundir la luz del amor y de la misericordia de Dios hasta los confines de la Tierra.

Esto es lo que tenemos que ver. Nuestra vida tiene un significado mucho mayor de lo que nos pudiéramos imaginar. Formamos parte de la obra divina de Dios en el mundo. Cada uno de nosotros tenemos un papel que desempeñar dentro del plan de salvación de nuestro Creador.

El Bautismo es cuando todo empieza. Muchos de nosotros no podemos recordar el día en el que fuimos bautizados porque éramos bebés. Pero una de mis oraciones constantes es que todos los que formamos parte de la Iglesia redescubramos lo que significa nuestro bautismo.

En el Bautismo se nos otorga un nuevo nacimiento. Después de nacer como hijos de nuestros padres, cada uno de nosotros renace como un hijo de Dios. Y no se trata de un lenguaje simbólico o de mera poesía.

Esto es otra consecuencia de vivir en una sociedad secular. Nuestra imaginación sacramental puede verse opacada, podemos perder la conciencia de que los sacramentos son algo “real”, de que Dios realmente realiza milagros a través de estos signos divinos.

¡Y Él realmente lo hace! En el Bautismo, somos verdaderamente transformados en hijos de Dios. Esta transformación es personal, para cada uno de nosotros, pero nunca es “privada”.

Incluso ahora, después de todos estos años posteriores al Concilio Vaticano II (1963-1965), muchos de nosotros parecemos creer que la misión de la Iglesia es únicamente el trabajo del Papa, de los obispos, de los sacerdotes y religiosos, o de la gente que trabaja profesionalmente para las diócesis y las parroquias.

Una vez más, esta mentalidad se ve reforzada por el hecho de que vivimos en una sociedad secular que reduce la fe y la devoción religiosas a un nivel personal y privado.

Pero nuestra fe cristiana no es algo que hacemos, es lo que somos. Ser cristiano es ser misionero.

Estamos llamados a dar testimonio de nuestra fe en Jesús: a vivir como Él quiere que vivamos y a hacerlo de acuerdo con sus propósitos. Eso significa que compartimos la misión que Él le ha dado a su Iglesia.

Hacemos esto en nuestra vida diaria, en todas esas cosas humildes y ordinarias que realizamos todos los días. En el trabajo, en el hogar, en nuestras relaciones con los demás. Este es nuestro “territorio de misión”.

Les confieso que no había leído “Maximum Illud” hasta hace poco. Y hay muchas cosas inspiradoras en esta carta, pese a que parte del lenguaje que ahora usamos para hablar sobre la misión de la Iglesia ha cambiado a lo largo de los años.

El Papa Benedicto XV dice que no importa cuán inteligentes o creativos seamos, si no nos estamos esforzando por ser santos, por modelar nuestra vida de acuerdo con la vida de Jesús, nuestros esfuerzos serán “de poco o ningún valor”.

“El que incita a otros a despreciar el pecado debe despreciarlo él mismo”, escribe el Papa. “Predicar con el ejemplo es un procedimiento mucho más efectivo que la predicación vocal, especialmente entre los no creyentes, que tienden a quedar más impresionados por lo que ven por sí mismos que por cualquier argumento que se les pueda presentar”.

Éste es un buen consejo para nosotros.

Y esta es la manera según la cual han vivido los cristianos desde el principio. San Pedro dijo: Así como el que los ha llamado es santo, así también ustedes sean santos en toda su conducta”.

Él no les estaba hablando tan sólo a los sacerdotes o a las personas consagradas; le estaba hablando a cada creyente bautizado.

Todos somos llamados por Cristo, todos somos llamados a la santidad y todos estamos llamados a la misión. Eso implica hacer todo por amor, por el amor y la gloria de Dios, por el amor y la salvación de los que nos rodean.

Los primeros cristianos trataron de ser el “alma” de cada sociedad en la que vivieron, trabajando por guiar y dirigir a la sociedad de acuerdo con las intenciones de justicia, de amor y paz, de Dios. Y ésta sigue siendo nuestra misión cristiana.

Oren por mí esta semana y yo estaré orando por ustedes.

Y en este mes, pidámosle a nuestra Santísima Madre María, la Reina de los Apóstoles, que nos ayude a guiar a los demás a Jesús y a construir su Reino.