Cómo ha cambiado el mundo en unas cuantas semanas. Parece difícil recordar la vida antes del brote mundial del coronavirus y actualmente es difícil imaginar que la vida pueda algún día volver a la normalidad.
Al momento de escribir esto, los funcionarios de salud del mundo han declarado que el virus es una “pandemia” y que ya ha habido más de 6,500 muertes en muchas naciones. El presidente ha declarado una emergencia nacional y tanto el gobernador de California como el alcalde de Los Ángeles han anunciado nuevas restricciones a las reuniones públicas y otras medidas destinadas a prevenir la propagación del virus.
En este momento grave y extraordinario, lamento decirles que nos hemos visto obligados a suspender temporalmente la celebración pública de la Misa en la Arquidiócesis de Los Ángeles, al menos durante las próximas dos semanas, hasta el fin de semana del 28 al 29 de marzo. También hemos cerrado nuestras escuelas católicas, por lo menos hasta el 31 de marzo y cancelaremos la mayoría de las reuniones de la Arquidiócesis.
Lo que hacemos en la Iglesia, lo hacemos por amor a Dios y por amor nuestros hermanos y hermanas. Hemos dado este paso extraordinario de suspender las Misas por amor a aquellos miembros de nuestras familias y comunidades que son más vulnerables a este virus mortal.
Era apropiado que el Evangelio del fin de semana pasado fuera la hermosa historia de Jesús, que se encuentra con la mujer samaritana en el pozo. Las palabras de Jesús me impresionaron: “Se acerca la hora, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere que se le dé culto”.
Me parece que, en este momento, en este tiempo en el que tantos padecen por el miedo y la incertidumbre, nuestro Padre nos está llamando a intensificar nuestra adoración, nuestro discipulado. Nos está llamando a buscarlo con todo nuestro corazón, a servirlo con toda nuestra vida. Nos está llamando a confiar en su Providencia, en su plan para nuestra vida y para nuestro mundo.
Con el brote mundial del coronavirus, vemos cómo las fuerzas de la “globalización” nos han convertido en una sola familia y que lo que afecta a nuestros hermanos y hermanas en un país ya no puede ser aislado. Somos confrontados, no solo por la realidad de nuestra humanidad común, sino también por nuestra responsabilidad mutua. Como decía San Pablo, si uno de nosotros sufre, sufrimos todos juntos.
Estos son tiempos difíciles. La gente se está enfermando, la gente se está muriendo. Muchas familias están padeciendo a causa de las dislocaciones causadas por el cierre de las empresas y de las escuelas. La gente está sintiendo la angustia de estar separada y alejada de sus seres queridos en tiempo de necesidad. Algunos tienen familiares que se están muriendo en otras partes del mundo y no pueden llegar a ellos.
Éste es el momento de intensificar nuestras oraciones y sacrificios por el amor de Dios y el amor a nuestro prójimo. Acerquémonos unos a otros en nuestro amor por él. Estamos llamados a llevar las cargas de los demás y debemos solidarizarnos con nuestros hermanos y hermanas, como una sola familia. Necesitamos reflexionar sobre la fragilidad de nuestra vida y redescubrir lo que realmente importa.
Somos un pueblo de fe, no de miedo.
“¡No tengas miedo!”, le dijo el ángel a María en la Anunciación. Jesús les dijo estas mismas palabras a sus discípulos después de la resurrección. Y en este tiempo de tribulación y prueba, creo que les está dirigiendo estas palabras a sus discípulos nuevamente.
Jesús pasó por el valle de sombras de la muerte, por lo tanto, no hay mal que debamos temer. Él prometió permanecer con nosotros hasta el final de los tiempos. Y no hay promesa que Jesús haga que luego no la cumpla.
San Juan escribe que “el amor perfecto excluye el miedo”. Por supuesto, nosotros sabemos que nuestro amor está lejos de ser perfecto. Pero sabemos también que Dios no nos abandona. A lo largo de la historia de la Iglesia, Jesús continúa caminando con nosotros: a través de las persecuciones, de las plagas y de las pestes, y ahora, a través de una pandemia.
Jesús nos acompaña incluso ahora y sabemos que en todas las cosas Él actúa para el bien de los que lo aman. Y tenemos también su promesa: “en el mundo tendrán tribulaciones, pero tengan valor, pues yo he vencido al mundo”.
Oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes. Y oremos por todos los afectados por este virus, así como también por todos aquellos que están trabajando para atenderlos.
Y los invito a unirse a mí para pedir la intercesión maternal de Nuestra Señora de Guadalupe para nuestra nación y para nuestro mundo.
Pueden encontrar una oración especial para esta época del coronavirus en nuestro sitio web: archla.org/prayer.