Estamos concluyendo este mes, que la Iglesia le dedica al santo rosario, y quiero alentar a todos a profundizar en nuestra práctica de esta santa devoción.
Todos necesitamos rezar con mayor urgencia, con más intensidad. Éste es el único camino a seguir si queremos crecer en nuestra relación con Dios.
Para mí, el rezar el rosario todos los días se ha convertido en parte de mi propia vida y es una poderosa ayuda en mis propios esfuerzos por seguir a Jesús.
Vivimos en un mundo lleno de ruido y de gente, en un mundo que se enfrenta continuamente a multitud de sonidos e imágenes, impresiones y sensaciones. Nuestras tecnologías y nuestra forma de vida nos dificultan el poder apartar un tiempo y un espacio solo para estar tranquilos y reflexionar, para estar solos con nuestros pensamientos y “adentrarnos en nosotros mismos”.
Por eso necesitamos el rosario, porque es una oración del corazón, una forma de contemplación.
En los ritmos y repeticiones del rosario, entramos en un espacio de silencio en el que abrimos nuestro corazón a la presencia de Dios. Entramos en este silencio, conscientes de nuestras fallas y pecados, trayendo con nosotros nuestras preocupaciones por el mundo y por todas las dificultades de nuestra vida.
Es hermosa la manera en la que las repeticiones de esta oración se corresponden con los ritmos de nuestra respiración y con los latidos de nuestro corazón.
Algunas personas consideran que las repeticiones del rosario son molestas o simplemente rutinarias. Pero si oramos con verdadera piedad, con verdadero amor hacia Jesús y María en nuestro corazón, entonces estos patrones de palabras repetidas, que son, todas ellas palabras de la Sagrada Escritura, nos llevarán a la presencia de Dios y a la contemplación de sus misterios.
En el centro del Ave María que vamos repitiendo, está el nombre de Jesús, el nombre en el que tenemos la salvación: “Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”.
Es una buena costumbre el rezar el rosario con los Evangelios. San Juan Pablo II nos recomendó que anunciáramos cada misterio y que luego leyéramos el pasaje del Evangelio relativo a él, contemplando el rostro de Cristo en el misterio y escuchando luego la “palabra” que quiere comunicarnos a través de este misterio.
Los misterios de su vida son las grandes verdades de nuestra fe: la alegría de su encarnación, ya que él “nació de la Virgen María”; la luz que trae con su vida, que vivió “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”; el dolor de su pasión, ya que Él “sufrió bajo el poder de Poncio Pilato”; la gloria de su resurrección “al tercer día”; y su promesa de que “vendrá de nuevo”.
Nuestro santo más reciente, San John Henry Newman, dijo: “El mayor poder del rosario reside en esto: en que convierte el Credo en una oración [y] nos proporciona, para meditarlas, las grandes verdades de su vida y de su muerte, acercándolas más a nuestros corazones”.
El rosario es la oración de los santos, es parte del secreto de su santidad, de su cercanía a Cristo.
Con María, recordamos su presencia entre nosotros, reflexionamos sobre sus palabras, sobre sus acciones. Al meditar estos misterios, entramos día a día en su vida y su vida llega gradualmente a penetrar en la nuestra. Y así como lo hizo María, abrimos nuestra vida para vivir en respuesta a la palabra salvadora de Cristo: “Hágase en mí según tu palabra”.
La realidad de nuestra vida cristiana es que Jesús quiere nacer en cada uno de nosotros. Él quiere que su vida se vuelva la nuestra, y que nuestra vida se vuelva la suya.
El rosario es una oración que conduce a esta transformación. Cuando oramos con devoción, cuando ordenamos nuestra vida según la voluntad de Dios, le permitimos a Él que nos moldee y nos conforme de acuerdo a la imagen de su Hijo. A través de esta oración, los misterios de su vida continúan cobrando vida en nuestra vida, conforme Dios va realizando su plan amoroso para nuestra salvación.
La clave es orar como niños, dejar que nuestra madre nos guíe, aprender a mirar a su Hijo a través de los ojos de ella.
Cuando hacemos esto, cuando el rosario se convierte en un hábito para nosotros, entonces nos encontramos con que el espíritu de esta oración se desborda hacia nuestra vida diaria y a nuestras obligaciones en el hogar, en el trabajo o en la escuela, haciéndonos contemplativos en el mundo.
Recen el rosario con confianza y sentirán paz, y empezarán a tener una visión más sobrenatural de las cosas que suceden en el mundo y en sus vidas, y experimentarán con más claridad la presencia de Dios y su Providencia.
Oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes.
Y pidámosle a la Santísima Virgen María que interceda por nosotros y que infunda en cada uno de nosotros una nueva experiencia de la belleza y del poder del rosario.