La nueva encíclica del Papa Francisco, “Fratelli Tutti”, es una reflexión profunda y perspicaz sobre el significado de la comunidad humana y sobre la manera en la que Dios quiere que vivamos juntos en la sociedad.
Esta encíclica llega en un momento en el que este país está experimentando un sentimiento generalizado de que la confianza social se ha derrumbado. Estamos en un tiempo en el que la gente ha perdido la fe en nuestras instituciones y líderes y nuestra política y los medios de comunicación se han vuelto irritantes y polarizadores.
Ahora parece que a menudo miramos con desconfianza a quienes no están de acuerdo con nosotros y los tratamos como enemigos. A muchos de nosotros nos parece que nuestra sociedad ha perdido, no solamente la capacidad de trabajar todos juntos por el bien común, sino también todo sentido de lo que puede ser el bien común.
En este año electoral, más allá de las diferencias entre candidatos y partidos, más allá de las desigualdades e injusticias reales en nuestra sociedad y más allá del miedo y de la incertidumbre por el futuro ocasionados por la pandemia, son éstas las cuestiones más profundas que debemos enfrentar en la cultura y en la vida pública estadounidense.
Y aunque “Fratelli Tutti” no fue escrita específicamente teniendo a este país como destinatario, conforme he ido reflexionando sobre esta nueva carta, creo que nuestro Santo Padre nos ofrece un camino a seguir.
Es un documento largo y complejo. En muchos sentidos, es un compendio de las enseñanzas del Papa Francisco sobre cuestiones sociales durante estos ocho años de su papado.
Sin embargo, en el centro de la carta del Papa se encuentra la visión simple y hermosa del Evangelio: de que Dios nuestro Padre ha creado a cada ser humano, dotándolo de santidad y dignidad, con igualdad de derechos y deberes, y que nuestro Creador nos llama a formar una única familia humana en la cual debemos vivir como hermanos y hermanas.
Viviendo, como vivimos, en un país grande y en una sociedad de masas compleja, podemos sentirnos tentados a pensar que lo que hacemos como individuos no tiene importancia ni trascendencia.
Eso no es cierto, como nos lo recuerda el Santo Padre. Muchas cosas dependen de la manera en que vivimos nuestra fe en Jesucristo.
Si creemos que Dios es nuestro Padre, entonces debemos creer y actuar como si todos los hombres y mujeres son nuestros hermanos y hermanas. Si creemos que Jesús murió por amor a cada persona, entonces sabemos que “nadie está fuera del alcance de su amor universal”, como escribe el Papa.
Junto con San Francisco de Asís, de quien dice el Papa que recibió inspiración para escribir su carta, el pontífice señala el ejemplo de un santo del siglo XX: el Beato Carlos de Foucauld, que vivió entre los musulmanes en los desiertos de África y fue martirizado en ese lugar.
Al igual que San Francisco, el Beato Carlos le pidió a Dios poder ser “hermano de todos”. Y así es como nosotros deberíamos también vivir nuestra vida.
El Papa quiere que veamos que somos responsables de cuidarnos unos a otros, que estamos llamados a crear una comunidad unida, que valore y respete la santidad y dignidad de cada persona humana.
En esta forma de amistad social, las pequeñas cosas de la vida tienen importancia. El Papa habla de la importancia de la bondad sencilla y cotidiana.
Pero para el Papa, la bondad no es simplemente una virtud personal. La bondad puede cambiar el mundo. “Puesto que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura en una sociedad, transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo de debatir y de confrontar ideas”, escribe el Papa.
El Papa ofrece una visión esperanzadora de la renovación de la política; lo que él llama “la mejor política”, arraigada en el amor por la persona humana.
Pero “no tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan”, dice. Tenemos el deber cristiano de cambiar el mundo, empezando por nuestros vecindarios y comunidades locales, pero también asumiendo un papel activo en los asuntos de nuestra nación y preocupándonos por la gente de todo el mundo.
Jesús “nos interpela”, escribe el Papa, “a dejar de lado toda diferencia y, ante el sufrimiento, volvernos cercanos a cualquiera…” a sentirme “llamado a volverme yo un prójimo de los otros”.
Según la visión del Evangelio, como la ve el Papa, la caridad no puede desvincularse del trabajo a favor de la justicia. “Es caridad acompañar a una persona que sufre, y también es caridad todo lo que se realiza, aun sin tener contacto directo con esa persona, para modificar las condiciones sociales que provocan su sufrimiento”, escribe.
Hay muchos desafíos en esta nueva carta y espero que tengan la oportunidad de reflexionar sobre las palabras del Santo Padre.
Oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes.
Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María que ore por nuestro país, ahora que estamos entrando en los últimos días de esta temporada de elecciones. Que ella nos ayude a renovar nuestro país en un espíritu de fraternidad, dentro del cual nos veamos todos, unos a otros como “hermanos y hermanas”, como nos dice el Papa Francisco.