El Papa Francisco nos dio un regalo navideño adelantado con su pequeña carta “Admirabile Signum” (“Hermoso signo”), sobre la antigua costumbre de elaborar escenas de la Natividad como una forma de prepararse para el nacimiento de Jesús.
Los cristianos empezaron casi de inmediato a rendirle culto a Dios en Belén, en el lugar del nacimiento de nuestro Señor. Tanta gente acudía, que el emperador Adriano intentó suprimir esa devoción construyendo un templo al dios Apolo en la parte superior de ese sitio en el año 136.
La actual Basílica de la Natividad se encuentra en ese mismo sitio. Esta Navidad, miles de personas irán una vez más a hacer peregrinaciones a este lugar, para besar la tierra del lugar en el que se dice que Jesús fue recostado por primera vez.
Varios santos, desde Orígenes y Jerónimo, hasta Carlos de Foucauld y Juan Pablo II, han hecho esta peregrinación. Varios místicos tales como la Beata Margaret Ebner y Santa Brígida de Suecia han narrado sus visiones de la noche en que nació Cristo.
En su carta, el Papa Francisco evoca al testimonio de San Francisco de Asís, que fue quien hizo popular la costumbre de volver a imaginar y recrear lo que sucedió en la noche del nacimiento de Jesús.
El cristianismo no es un cuento de hadas ni un mito. Nuestra fe tiene sus raíces en la historia y la biografía, en la geografía y la genealogía. La historia de Jesús no empieza diciendo, “Érase una vez”. En lugar de ello, decimos que, en un momento específico de la historia, en un lugar determinado, el Dios vivo vino a vivir con nosotros.
Hay una hermosa materialidad en el corazón de la Navidad.
No me refiero al crudo comercialismo y consumismo que vemos en las tiendas y en la publicidad que hay en esta época del año. Pero, de hecho, la comercialización de la Navidad por parte de nuestra cultura es simplemente una distorsión de esa materialidad tan asombrosa de la Natividad.
La Navidad nos muestra qué tan seria es la “materia” para Dios.
Lo que celebramos es al Dios que creó este mundo material de la nada, entrando en su creación para habitarla, descendiendo del cielo para vivir junto a sus criaturas en la tierra.
Nuestra vida comienza en el seno de nuestras madres, así que ahí es donde Dios empieza a hacerse humano.
La imagen del Dios invisible, del primogénito de toda la creación, viene en semejanza humana, como primogénito de María.
Hemos escuchado con tanta frecuencia estas palabras que podemos darlas por sentado, pero para nuestros antepasados cristianos, esta era una verdad sorprendente: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.
Esta sensación de asombro es la fuente de la piedad y las costumbres populares en torno al Niño Jesús que encontramos en casi todas las culturas: la tradición del Santo Niño de Atocha de España, del Santo Niño de Cebú en Filipinas y de muchas otras tradiciones más.
En este Niño, vemos nuestra propia infancia. Pero hay algo más que un mero parecido material aquí.
Cada Nacimiento es un “Evangelio vivo”, como dice el Papa Francisco. En el Niño que está en el pesebre, vemos manifestado lo que Jesús vino a enseñarnos: que debemos volver atrás y hacernos como niños para entrar en el reino de los cielos.
Podemos ver lo invisible en eso que Dios ha hecho visible, como dijo San Pablo.
La Navidad nos dice que las cosas de este mundo son “sacramentos”, son signos que apuntan hacia nuestro Creador. Si tenemos la actitud correcta hacia las cosas materiales, pueden ser instrumentos que abran nuestros corazones y nos conduzcan a su presencia.
Desde aquella primera Navidad, no podemos dejar de ver la imagen y semejanza del Creador en cada persona con la que encontramos.
La materialidad plena de espiritualidad de la Navidad se corresponde con su humanismo trascendente. Así como toda creación ha de ser apreciada como un don del Creador, así todo hombre y mujer ha de ser acogido y amado, aceptándolo, en primer lugar, en ese sitio en el cual empezó aquí la vida de Jesús: en el niño que se encuentra en el seno materno.
El Papa Francisco nos invita insistentemente a recuperar la tradición de poner Nacimientos en los hogares y espacios públicos. Yo estoy de acuerdo con eso. Nunca podremos tener demasiados recordatorios de que nuestro Dios ha venido a estar con nosotros.
Le pido a Dios que también redescubramos el profundo espíritu bíblico que se esconde detrás de todas nuestras tradiciones navideñas “materiales”.
Decoramos árboles porque las Escrituras nos dicen que cuando el Señor venga, todo árbol cantará de alegría. Cantamos villancicos e himnos navideños porque cuando el Señor venga, toda la tierra cantará un canto nuevo y los ángeles del cielo lo alabarán.
Las luces de Navidad nos recuerdan que Él es la estrella de la mañana, la gran luz que se ha dado a quienes caminan en la oscuridad para guiarnos en el viaje de la vida. Incluso la tradición de la repostería navideña tiene sus raíces en la invitación de nuestro Señor a probar y ver que sus promesas son más dulces que la miel.
Le damos regalos a nuestros seres queridos en Navidad porque Dios, en su tierno amor, nos ha entregado el precioso regalo que es Él mismo.
Oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes. Y les deseo a ustedes y a su familia una santa y bendecida Navidad.
Que la Santísima Virgen María sea una madre para todos nosotros y que nos ayude a amar al Dios que vino para ser su Hijo y para volverse uno con nosotros.